viernes, 22 de junio de 2007

La Mujer. Matriarcado y destrucción.


La mujer, la hermosa, virgen, santa, mártir, abnegada, dulce, ideal, compañera, consejera, calma y buena mujer que se mantuvo siempre en el hogar, modesta y natural, sin ampulosidades ni muestras refulgentes, va siendo reivindicada poco a poco a la vida social. Emperadores, reyes, papas, patriarcas, guerreros, dioses, semidioses, profetas, magos y dueños y señores del mundo, fueron hombres y tuvieron a la mujer como ser de apariencia humana indispensable para el servicio y goce del hombre, sin perjuicio de que como él caminaran, pensaran (de alguna manera) y, a veces, hasta hablaran y opinaran. Pero lo fundamental, lo especial, la razón de de ser y estar la mujer en el mundo, era la reproducción. El hombre, en sus solaces, depositaba en ellas su semilla de vida y ella, cual la tierra, cultivaba en su seno un ser viviente para mantenimiento de la especie, cuando no para distracción y perpetuación del hombre, para que el emperador, rey, papa, guerrero. señor y dueño tuviera un sucesor también varón y perpetuara su ser en el mundo, su calidad y caprichos terrenales o sagrados; porque era el modo natural y crudo de la sucesión. La plebe se reproducía por instinto puro pero de la misma manera, para mantener la especie, por que si no ¿de quién iba a ser rey el rey, dueño el señor, o jefe el principal?
El mundo terrenal y el mundo supra terrenal era masculino. Dios era hombre en todas las religiones, que abandonaron el sol, el volcán, el mar o el tótem como ser superior a él mismo. Después decidió que si sus palabras o sus hechos, sus profecías o sus guerras, eran capaces de dominar y manejar multitudes, territorios, naturaleza e ideas, entonces él era Dios, o al menos alguien que se le parecía mucho, a veces alguien que lo superaba en sabiduría, en belleza, o en poder; otras en alguien que le había otorgado su poder para que lo ejerciera acá, en la tierra con la debida sumisión, invocación y respeto. Pero en todos los casos “hombre”, hombre en el estricto sentido de la palabra. No mujer. A nadie se le ocurriría que Artemisa, Minerva, Diana, Anubis, Lorelei, la Virgen María o Marilyn Monroe, podrían ser ese dios todopoderoso. que superara al hombre en sus poderes, o que creara o destinara al propio ser humano o al mundo entero con una finalidad trascendente.
Sin embargo, esa fuente de reproducción que recibía y relajaba al hombre con dulzura, luego que éste venía de herir o matar a cinco, diez, veinte o miles de hombres y hacer mil tropelías. Esa mujer débil, callada, obediente, que no participaba en las invasiones, en las guerras, en las conquistas, en los descubrimientos, en las carabelas de Colón, ni en todo el palacio papal , tenía algo que el hombre respetaba y deseaba. Tenía la belleza y una caverna, un nido, una residencia en su propio cuerpo donde uno se hacía, crecía, se alimentaba y un día florecía a la vida como otro ser humano más; y esto era una fuente interminable, indispensable, sin la cual el hombre se sentía sólo e inquieto ante la idea de la finalización de su especie y su desaparición de la faz de la tierra. Por lo que poco a poco empezó a considerar de otro modo a la mujer. (Alguien puede pensar que olvido mujeres célebres que pasaron a la historia, como María, Helena, Juana, Teresa, Cleopatra, etc.; pero éstas notables apenas fueron una excepción o un anuncio, una tentativa pero no una ley natural, una norma).
Cuando el volcán eruptó y enterró Pompeya, cuando las aguas sumergieron La Atlántida, cuando las columnas de mármol cedieron con el movimiento inatajable de la tierra, entonces el hombre macho en general, desechó del todo la idea o posibilidad de ser Dios y pensó que otro varón, que usaba o no trajes de guerra y sus armas, que era visible o invisible, que era una idea o miles de ellas, que estaba en el cielo, en nosotros mismos, en la tierra, en el Universo, en la palabra o en la fuerza, era Dios, o representante de Dios en la tierra.
Pero la mujer no. Con forma de mujer no, nunca. La mujer aceptó esa condición. Ella era la fuente reproductora con la semilla del hombre y nada más y encima el hombre la mandó a adorar a ese Dios todopoderoso al cual él, el hombre, le dio una forma de varón o señaló un lugar para que las mujeres fueran y se postraran a pedir por ellos para que triunfaran en las próximas guerras. No obstante, como de alguna manera a la mujer también se le había dado el don de la palabra y el razonamiento (discutible esto: Algunos piensan que la mujer no razona, solo intuye o adivina) se dio cuenta que tenía en su haber otros atributos: la forma, el modo, el erotismo, frente a lo cual el hombre sucumbía y posternaba. Y desde luego que la mujer empezó a usar esos atributos y a disponer algunas cosas, aconsejar, proponer, mandar. El hombre le cedió la educación de los hijos pequeños y ellas, con el mayor de los respetos, enseñaban a sus hijos varones a ser como sus padres, y a las mujeres, a ser como ellas. Los hijos fueron respondiendo bien a la ternura de la madre. Ella los alimentaba, limpiaba, cuidaba, curaba, etc. El padre, en cambio, los mandaba, corregía, reprimía y castigaba. Y, con el tiempo, esta metodología, fue dando sus frutos: El ser humano amaba poderosamente a la madre y empezó a odiar respetuosamente al padre; y si mamá, inclusive, era reprendida y violentada por su consorte, entonces el hijo llegaba a odiar doblemente al padre: por sí y por su madre y, en todo caso, si el padre había logrado alguna fortuna que no coparticipaba ampliamente con su familia, el odio se triplicaba o más.
Esos hijos, nuestros hijos, fueron, son y serán por algún tiempo más, los que encumbraron a la mujer y le pusieron la corona. El Papa Juan Pablo II mandó pintar o amurar una imagen de la Virgen María porque ni de ella, ni de ninguna otra mujer, existía imagen o representación alguna en la plaza de San Pedro en El Vaticano. (Pienso que cuando Miguel Ángel pintó la Sibila de Delfos en la Capilla Sixtina, lo hizo con una inspiración más erótica que sagrada y Karol Wojtila cuando mandó representar a la Virgen, lo hizo con una inspiración más maternal o demagógica que de inspiración sacrosanta.
No sé si Mahoma, Tao, Buda o Jesús tenían mujer de alguna manera, pero sí que no aparecen como algo fundamental o importante en sus vidas, sus doctrinas o sus obras.
No obstante el hombre, cada vez más erótico que sagrado, cada vez más materialista que idealista, cada vez más inmanente que trascendente, fue legando, entregando, capitulando a favor de la mujer, su condición, su endiosamiento, su mando y sus derechos naturales y adquiridos.
Y allí sobrevino el desastre.
Cuando Salomé pidió la cabeza de San Juan Bautista, sabía lo que pedía. Cuando la Reina Madre de más de cien años, no entregaba su trono, sabía lo que pretendía, porque tenían cabeza y naturaleza humana, y en la cabeza está el mando, el dominio y el goce de todo el cuerpo, pero fundamentalmente está Dios, cabeza de todas las cabezas del mundo, del universo. Dios hombre, masculino, varón que, feminismo, feminando terminaría también por ser mujer. En definitiva, un matriarcado total, universal y sagrado.
Después de ver a Thacher, a Isabel, Bachelet, Merkel, Máxima, Sofía, etc. creo que la mujer –talibán de por medio- se abre camino cada vez más, con todo su ser, inclusive con la cabeza. Piensa y opina, exige y logra. Se dirige por allí hacia el matriarcado, y el hombre, caballeroso, un poco para ver qué pasa, casi esperanzado y algunos absortos cuando no contentos, cedieron y van cediendo cada vez más su hegemonía patriarcal, milenaria, social y hasta sagrada. Más aún, le abrió camino, le ofreció su espada, llegó y ahora lo hace, a establecer normas ridículas de porcentajes absurdos que deben ocupar las mujeres en los cargos públicos, aunque sea a la fuerza, sin condición alguna nada más que la de ser mujer. Entonces empezamos a ver aquellos puestos y tribunas ocupadas por señoras recién peinadas, con trajes de lujo a la manera del hombre, tratando de semejárseles, hablando, gesticulando, insultando y peleando como lo vieron en ellos y jugar a estar a la par o superarlos sin que ni por asomo alguna de ellas produjera algo realmente nuevo, sabio, especial, superior, excelso, inimaginado y soberbio. Eso sí, lista para la crítica, la envidia o la ansiedad de sobresalir. De pronto se pone histérica y se rebela y propone barbaridades o caprichos que o producen un desastre (Barco General Belgrano) o duermen en los archivos por inmorales e insanos.
De todos modos y fundamentalmente en Occidente, habiendo triunfado y prevalecido desde principios del siglo XX y lo que va del XX1, el materialismo, el industrialismo bioquímico, la cibernética y la robótica electrónica y mediática, la mujer se fue instalando y se instaló, a la manera de la rebelión de las masas que describe Ortega, en todos los medios sociales y consiguió mediante ardides de buena madre de humildad, inocencia y heroico erotismo (no hay nada más erótico que una carita de ángel con pechos, nalgas, piernas, piel y voluptuosidad venusinas), ocupar puestos, lugares, dirección y manejo de grupos, ciudades, países y sus respectivos predominios sobre el mundo. El mundo oriental –en general- se resiste, pero occidente les está dando una mano que las mujeres musulmanas hindúes, taoistas budistas y demás, no rechazan, sino que, por el contrario, se toman de ellas como hiedras que suben la escala. La Thacher, la Hillary, la Condoleza Ryce y hasta las Evas, las Carrió y las Cristinas del tercer mundo occidental y cristiano, bregan por aquéllas otras, con evidentísimas intenciones de lograr un matriarcado mundial aunque más no sea pagano: la adoración a Venus.
Mientras tanto el hombre, creador inexorable de lo bueno, lo malo, lo bello, lo feo, lo sabio, lo ignorante, lo dulce, lo amargo, lo conocido y lo incógnito, prepara otra guerra. ¿La tercera? Cuidado! Porque la tercera es la vencida!
MAV. Junio de 2007.
Ilustración: Carmencita con libro, Miguel A. Vergara