lunes, 23 de julio de 2007

Música eterna

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Desde la década del sesenta del siglo pasado, el mundo de los artistas plásticos occidentales (en la Argentina especialmente en el famoso Instituto Di Tella) veia caer la pintura de caballete, o al menos sentía una extraña sensación de extinción como creación artística y su caída a la condición de elemento decorativo de paredes de edificios públicos o departamentos familiares. Nuevas técnicas como las instalaciones, la electrónica y la óptica, entre otros, vinieron a desarticular “el cuadro” que, desde principios de siglo, venía sufriendo a su vez, una serie de transformaciones impulsadas por escuelas que iban tomando espacios, a veces de corta duración, que dejaban un remanente de libertad expresiva respecto de las normas académicas y enseñanzas de los viejos maestros. En algunos casos también influidas por acontecimientos nefastos como la primera y segunda guerra mundial y la explosión de las primeras bombas atómicas que tenían –y tienen cada vez más- el poder de destrucción y barrido apocalíptico. Consecuentemente, sucedió el acondicionamiento del hombre a la idea del hoy, del ahora mismo y del yo. Se trataba y aún se trata de un sentimiento justificado que pugnaba por rebelarse desde el fondo del alma al mundo del pensamiento a través de los filósofos, sociólogos, poetas, escritores y pintores y todos aquéllos que plasmaban en sus obras el profundo sentimiento de inseguridad sobre la tierra, la humanidad y su futuro. El existencialismo, el expresionismo, el concretismo, el singularismo y el terrorismo, se impusieron en el mundo. Nadie aceptaba la posibilidad de esculpir o pintar incómodamente durante años una obra que previsiblemente podría ser destruída al día siguiente. La regla técnica que prevaleció fue la de la espontaneidad sin cánones, sin rimas, sin medidas, sin belleza. Por el contrario, tomaron interés las cosas feas, herméticas y sin principios ni fines con proyecciónes nobles, aspiraciones substanciales y eternas. Nadie pretendió más representar el mundo de hoy, mañana y siempre. ¡Claro! El retrato de una dama para perpetuarla en una obra de arte no tiene mucho sentido frente a la cirugía estètica que la transforma a gusto y parecer, de un día para otro. El hoymismo o Ahoramismo pasó a influir de manera tenebrosa y solapada el quehacer humano de todo orden, inclusive científico, político, económico y filosófico. El hombre puso por encima el estar más que el ser; el yo por sobre el nosotros; el individuo por sobre la humanidad y lo descartable por sobre lo durable y permanente. Un elemento casi ideal: el dinero, vino a constituir mediante su atesoramiento, lo trascendente. Las obras arquitectónicas de altura ganaron fama por sobre las de superficie como demostración de poderío de la riqueza. Pero cuando los aviones terroristas derribaron las torres gemelas y los movimientos de tierra sacudieron los departamentos altos, los habitantes, propietarios y arquitectos, empezaron a pensar que todavía había mucha tierra firme donde dormir tranquilo y que subir o bajar del sexagésimo piso era molesto y peligroso.
Luego entonces pintar un cuadro para que durara doscientos años , escribir un libro o esculpir un mármol para siempre, no parecía muy razonable; lo mismo que fabricar un auto para que dure un siglo, ni medio, ni cuarto. El hoymismo y el ahoramismo se constituyeron en un cimiento silencioso y sibilino de la cultura humana. El plástico desplazó al hierro; el cuento corto a la novela río; la metáfora de una palabra en todo un verso y de dos o tres en un poema; la sicalipsis al amor hasta que la muerte nos separe .
Esto trajo consigo el facilismo y el inmanentismo como paradigma vital, para lo cual era necesario borrar la idea de toda trascendencia y rendir pleitesía a la riqueza y a las ideas para hoy; rechazando toda idea de Dios como ser eterno y todopoderoso.
Advierto a diario como reflexionan los críticos de arte, porque desde que Marcel Duchamp puso su firma en un orinal que llamó “La fuente”, en adelante , las reglas y los principios de las obras plásticas fueron cayendo y dejadas a un lado, como los valores humanos y los consejos del mayor. De pie sobre el solipsismo, tembloroso y de capa fina, conviene más elogiar cualquier cosa por más que a simple vista sea una paparrucha, con tal de no caer mañana en la noticiaa que obtuvo un premio importante que supere su propio criterio y lo deje mal parado. Los críticos, entonces, se convierten en desidores de términos ambiguos, como los políticos y los curanderos. Hay páginas enteras de diarios y revistas especializadas o no, de las cuales no se puede obtener una conclusión firme que oriente al menos al turista del arte, al menos ilustrado en la materia, que no conoce la obra y está dispuesto a viajar para verla y si le es posible adquirirla aunque más no sea para adornar su living.
Lo mismo pasa con la danza, el teatro, la poesía , la arquitectura y el cine. Contando solo las artes, porque si seguimos examinando otras materias quedaríamos extenuados.
PERO LA MUSICA NO.
Tal vez el primer sonido armónico haya sido muy anterior al primer bisonte de Altamira o los primeros dólmenes del neolítico y quizá al morir, antes que ver personas o paisajes, escuchemos música, pero, sea como fuere, la música es eterna como el universo y las matemáticas.- La música es eterna desde el big bang o desde que Dios habló desde lo alto, o al menos desde que existe el viento. La música es eterna como la luz y la sombra, como lo infinito y todo lo supuesto. Música primitiva, música clásica, música concreta, música bailable, música popular. A nadie inquieta o molesta que haya música para reyes, músicas para iglesias, música para bailar.músicas regionales, nacionales, para dormir, para saltar, para enfermos, para las alturas, para las bajezas, para festejar o para matar.
Los críticos musicales saben perfectamente cuáles son las notas, los acordes, las octavas, lo armónico o lo dodecafónico que corresponde a cada caso y entonces con firmeza y convicción, puede calificar.
Además la música sustenta la danza, la poesía, el teatro y por qué no la línea, el plano, el volumen, lo estático y lo móvil. La música supera la luz y la sombra. Frente a lo negro de la noche el sonido de un piano puede hacernos llorar, reir, cantar, bailar, sumar, restar y hasta soñar. “Puede oirse la música con los ojos abiertos, haciendo compañía a una forma que se expone y se desentraña; puede oirse también con los ojos cerrados y aún con el alma tanquam tabula rasa, y Dios sabe cuantas cosas nacerán entre el corazón y los arcos; puede quererse oir también con un pequeño báculo –eso debía ser el programa de mano- donde cada música importante tenga no sólo fecha y ambiente, sino situación entre el mundo que le dio vida” ( Dice el prólogo a la primera edición de la “Historia de la música” de Federico Sopeña, en Salamanca , Colegio de Santiago, Fiesta de Santo Tomás de Aquino, 1947). Agrego que hoy los sordos escuchan música -a su manera- o sea que la música es para todos y, por otra parte, la música desde la monodia, o el primer la de Gregorio, es la manifestación fundamental de la existencia humana en cuya esencia está Dios y está la música.

MAV. 28-6-07
(*) Obra: Bodegón, de Miguel Ángel Vergara.