viernes, 22 de junio de 2007

La Mujer. Matriarcado y destrucción.


La mujer, la hermosa, virgen, santa, mártir, abnegada, dulce, ideal, compañera, consejera, calma y buena mujer que se mantuvo siempre en el hogar, modesta y natural, sin ampulosidades ni muestras refulgentes, va siendo reivindicada poco a poco a la vida social. Emperadores, reyes, papas, patriarcas, guerreros, dioses, semidioses, profetas, magos y dueños y señores del mundo, fueron hombres y tuvieron a la mujer como ser de apariencia humana indispensable para el servicio y goce del hombre, sin perjuicio de que como él caminaran, pensaran (de alguna manera) y, a veces, hasta hablaran y opinaran. Pero lo fundamental, lo especial, la razón de de ser y estar la mujer en el mundo, era la reproducción. El hombre, en sus solaces, depositaba en ellas su semilla de vida y ella, cual la tierra, cultivaba en su seno un ser viviente para mantenimiento de la especie, cuando no para distracción y perpetuación del hombre, para que el emperador, rey, papa, guerrero. señor y dueño tuviera un sucesor también varón y perpetuara su ser en el mundo, su calidad y caprichos terrenales o sagrados; porque era el modo natural y crudo de la sucesión. La plebe se reproducía por instinto puro pero de la misma manera, para mantener la especie, por que si no ¿de quién iba a ser rey el rey, dueño el señor, o jefe el principal?
El mundo terrenal y el mundo supra terrenal era masculino. Dios era hombre en todas las religiones, que abandonaron el sol, el volcán, el mar o el tótem como ser superior a él mismo. Después decidió que si sus palabras o sus hechos, sus profecías o sus guerras, eran capaces de dominar y manejar multitudes, territorios, naturaleza e ideas, entonces él era Dios, o al menos alguien que se le parecía mucho, a veces alguien que lo superaba en sabiduría, en belleza, o en poder; otras en alguien que le había otorgado su poder para que lo ejerciera acá, en la tierra con la debida sumisión, invocación y respeto. Pero en todos los casos “hombre”, hombre en el estricto sentido de la palabra. No mujer. A nadie se le ocurriría que Artemisa, Minerva, Diana, Anubis, Lorelei, la Virgen María o Marilyn Monroe, podrían ser ese dios todopoderoso. que superara al hombre en sus poderes, o que creara o destinara al propio ser humano o al mundo entero con una finalidad trascendente.
Sin embargo, esa fuente de reproducción que recibía y relajaba al hombre con dulzura, luego que éste venía de herir o matar a cinco, diez, veinte o miles de hombres y hacer mil tropelías. Esa mujer débil, callada, obediente, que no participaba en las invasiones, en las guerras, en las conquistas, en los descubrimientos, en las carabelas de Colón, ni en todo el palacio papal , tenía algo que el hombre respetaba y deseaba. Tenía la belleza y una caverna, un nido, una residencia en su propio cuerpo donde uno se hacía, crecía, se alimentaba y un día florecía a la vida como otro ser humano más; y esto era una fuente interminable, indispensable, sin la cual el hombre se sentía sólo e inquieto ante la idea de la finalización de su especie y su desaparición de la faz de la tierra. Por lo que poco a poco empezó a considerar de otro modo a la mujer. (Alguien puede pensar que olvido mujeres célebres que pasaron a la historia, como María, Helena, Juana, Teresa, Cleopatra, etc.; pero éstas notables apenas fueron una excepción o un anuncio, una tentativa pero no una ley natural, una norma).
Cuando el volcán eruptó y enterró Pompeya, cuando las aguas sumergieron La Atlántida, cuando las columnas de mármol cedieron con el movimiento inatajable de la tierra, entonces el hombre macho en general, desechó del todo la idea o posibilidad de ser Dios y pensó que otro varón, que usaba o no trajes de guerra y sus armas, que era visible o invisible, que era una idea o miles de ellas, que estaba en el cielo, en nosotros mismos, en la tierra, en el Universo, en la palabra o en la fuerza, era Dios, o representante de Dios en la tierra.
Pero la mujer no. Con forma de mujer no, nunca. La mujer aceptó esa condición. Ella era la fuente reproductora con la semilla del hombre y nada más y encima el hombre la mandó a adorar a ese Dios todopoderoso al cual él, el hombre, le dio una forma de varón o señaló un lugar para que las mujeres fueran y se postraran a pedir por ellos para que triunfaran en las próximas guerras. No obstante, como de alguna manera a la mujer también se le había dado el don de la palabra y el razonamiento (discutible esto: Algunos piensan que la mujer no razona, solo intuye o adivina) se dio cuenta que tenía en su haber otros atributos: la forma, el modo, el erotismo, frente a lo cual el hombre sucumbía y posternaba. Y desde luego que la mujer empezó a usar esos atributos y a disponer algunas cosas, aconsejar, proponer, mandar. El hombre le cedió la educación de los hijos pequeños y ellas, con el mayor de los respetos, enseñaban a sus hijos varones a ser como sus padres, y a las mujeres, a ser como ellas. Los hijos fueron respondiendo bien a la ternura de la madre. Ella los alimentaba, limpiaba, cuidaba, curaba, etc. El padre, en cambio, los mandaba, corregía, reprimía y castigaba. Y, con el tiempo, esta metodología, fue dando sus frutos: El ser humano amaba poderosamente a la madre y empezó a odiar respetuosamente al padre; y si mamá, inclusive, era reprendida y violentada por su consorte, entonces el hijo llegaba a odiar doblemente al padre: por sí y por su madre y, en todo caso, si el padre había logrado alguna fortuna que no coparticipaba ampliamente con su familia, el odio se triplicaba o más.
Esos hijos, nuestros hijos, fueron, son y serán por algún tiempo más, los que encumbraron a la mujer y le pusieron la corona. El Papa Juan Pablo II mandó pintar o amurar una imagen de la Virgen María porque ni de ella, ni de ninguna otra mujer, existía imagen o representación alguna en la plaza de San Pedro en El Vaticano. (Pienso que cuando Miguel Ángel pintó la Sibila de Delfos en la Capilla Sixtina, lo hizo con una inspiración más erótica que sagrada y Karol Wojtila cuando mandó representar a la Virgen, lo hizo con una inspiración más maternal o demagógica que de inspiración sacrosanta.
No sé si Mahoma, Tao, Buda o Jesús tenían mujer de alguna manera, pero sí que no aparecen como algo fundamental o importante en sus vidas, sus doctrinas o sus obras.
No obstante el hombre, cada vez más erótico que sagrado, cada vez más materialista que idealista, cada vez más inmanente que trascendente, fue legando, entregando, capitulando a favor de la mujer, su condición, su endiosamiento, su mando y sus derechos naturales y adquiridos.
Y allí sobrevino el desastre.
Cuando Salomé pidió la cabeza de San Juan Bautista, sabía lo que pedía. Cuando la Reina Madre de más de cien años, no entregaba su trono, sabía lo que pretendía, porque tenían cabeza y naturaleza humana, y en la cabeza está el mando, el dominio y el goce de todo el cuerpo, pero fundamentalmente está Dios, cabeza de todas las cabezas del mundo, del universo. Dios hombre, masculino, varón que, feminismo, feminando terminaría también por ser mujer. En definitiva, un matriarcado total, universal y sagrado.
Después de ver a Thacher, a Isabel, Bachelet, Merkel, Máxima, Sofía, etc. creo que la mujer –talibán de por medio- se abre camino cada vez más, con todo su ser, inclusive con la cabeza. Piensa y opina, exige y logra. Se dirige por allí hacia el matriarcado, y el hombre, caballeroso, un poco para ver qué pasa, casi esperanzado y algunos absortos cuando no contentos, cedieron y van cediendo cada vez más su hegemonía patriarcal, milenaria, social y hasta sagrada. Más aún, le abrió camino, le ofreció su espada, llegó y ahora lo hace, a establecer normas ridículas de porcentajes absurdos que deben ocupar las mujeres en los cargos públicos, aunque sea a la fuerza, sin condición alguna nada más que la de ser mujer. Entonces empezamos a ver aquellos puestos y tribunas ocupadas por señoras recién peinadas, con trajes de lujo a la manera del hombre, tratando de semejárseles, hablando, gesticulando, insultando y peleando como lo vieron en ellos y jugar a estar a la par o superarlos sin que ni por asomo alguna de ellas produjera algo realmente nuevo, sabio, especial, superior, excelso, inimaginado y soberbio. Eso sí, lista para la crítica, la envidia o la ansiedad de sobresalir. De pronto se pone histérica y se rebela y propone barbaridades o caprichos que o producen un desastre (Barco General Belgrano) o duermen en los archivos por inmorales e insanos.
De todos modos y fundamentalmente en Occidente, habiendo triunfado y prevalecido desde principios del siglo XX y lo que va del XX1, el materialismo, el industrialismo bioquímico, la cibernética y la robótica electrónica y mediática, la mujer se fue instalando y se instaló, a la manera de la rebelión de las masas que describe Ortega, en todos los medios sociales y consiguió mediante ardides de buena madre de humildad, inocencia y heroico erotismo (no hay nada más erótico que una carita de ángel con pechos, nalgas, piernas, piel y voluptuosidad venusinas), ocupar puestos, lugares, dirección y manejo de grupos, ciudades, países y sus respectivos predominios sobre el mundo. El mundo oriental –en general- se resiste, pero occidente les está dando una mano que las mujeres musulmanas hindúes, taoistas budistas y demás, no rechazan, sino que, por el contrario, se toman de ellas como hiedras que suben la escala. La Thacher, la Hillary, la Condoleza Ryce y hasta las Evas, las Carrió y las Cristinas del tercer mundo occidental y cristiano, bregan por aquéllas otras, con evidentísimas intenciones de lograr un matriarcado mundial aunque más no sea pagano: la adoración a Venus.
Mientras tanto el hombre, creador inexorable de lo bueno, lo malo, lo bello, lo feo, lo sabio, lo ignorante, lo dulce, lo amargo, lo conocido y lo incógnito, prepara otra guerra. ¿La tercera? Cuidado! Porque la tercera es la vencida!
MAV. Junio de 2007.
Ilustración: Carmencita con libro, Miguel A. Vergara

jueves, 7 de junio de 2007

Poesías



No veo más que hasta el televisor

No veo más que hasta el televisor: 2 metros.
No corro ni camino ligero. Para atrás.
Camino para atrás como el cangrejo.
No tengo aspiraciones ni a lo lejos.
Siento que esta lista mi finalidad
Dudo de ayer del hoy y del mañana.
Siempre me quedo atrás, adversidad
De tonto sin sentido y sin aliento.
Dolorido estoy de cuerpo y sentimiento,
Mudo e inmóvil como cosa fútil
Que sufre soledad, desgarramiento.
Siento turbia mi mente como ungida
De ánimo gris y olor a medicina.
Animo gris que piensa y que me dicta
hundido en el sillón conmigo adentro,
y el alma anda por allí perdida.

MAV. 17-3-07.



No lloro más

Veo la luna opaca bajo el agua,
un agua turbia de sabor genética
que me moja la forma y la materia,
me entumece a la vez que me perpleja
de haber perdido juventud y rabia;
esa rabia de empeño e ilusiones,
llena de truenos y rayos luminosos
que insinuaban el sol detrás del nervio.

Se me pasó la vida como el agua,
entre dedos abiertos a los sueños,
sueños que voy trocando ya en recuerdos
de lo que pudo ser y no fue nada.

Brutal se va la vida. En la ventana
veo como la noche invade la mañana.

¿Por qué llorar ahora? Ya es muy tarde.
Cuando la muerte ineludible llegue,
tal vez tenga la suerte que me lleve
como niño a llorar junto a mi madre.

MAV. Abril de 2007.



Tenía que pasar

Cuando la fuente de la doncella no quiera perder más agua, no habrá más enunciación ni el arte tendrá inspiración en misticismo alguno, entonces el amor desaparecerá como desaparece la vida en la escala de un recuerdo.
Yo no soy quién para mostrar mi vida pero el amor me obliga como un juego.
MAV. Junio 2007.
Ilustración: Los Testigos, Miguel A. Vergara

Dependencia

El perro me mira con sus ojos claros; sus nervios y músculos están tensos, sus orejas paradas. Es cachorro y tiene ganas de jugar. A la menor insinuación
Saltará y correrá alegremente. ¡Pobre perro! Depende de mí y yo no tengo ganas, estoy cansado, sin interés por nada, negativo. Necesitaría un perro viejo que me entienda o al menos, esté igual que yo, sin ganas de nada, impávido y absorto como un camello, una especie de perro camello de la pampa húmeda. Debe haber un animal así, que no dé miedo.
De cualquier manera el perro, viejo o cachorro, depende de mí. Si no tengo ganas no juega. Si me levanté con ánimo jugará conmigo o le abriré la puerta para que vaya afuera a jugar con otros perros.
Al fin me parece que nosotros, los humanos, somos como esos perros; dependemos de alguien que nos haga jugar. Un día miramos la mañana y vemos un hermoso cielo azul. Salimos, charlamos con ocasionales amigos o conocidos, leemos el diario, vamos a ver el río, a jugar a lo que podamos y si trabajamos, cumplimos nuestra tarea para alentar nuestros estómagos. Pero hay días que al terminar, descubrimos que lo que realmente queríamos hacer, no lo hicimos; que el tiempo pasa, se va y nos vamos con él. Entonces nos vamos a dormir con un sentimiento de frustración, de haber transitado, sin retroceso, un estúpido camino hacia la nada; cansado, dolorido, inservible, arrastrándose como un batracio. Y allí afuera está el mundo, la luz, la interacción, la vivencia como decía García Morente (una hora de estar en París, de vivirlo, de sentirlo, vale por un año de pensarlo, de leerlo, de soñarlo). Allí está, como está también la guerra, el hambre, la enfermedad, la destrucción y la muerte. La luz y la sombra.
Y el ser que me tiene que llevar a jugar es también como yo con el perro; por allí no tiene ganas o anda de mal humor y no me lleva. No sé, no lo conozco bien, tanto podría ser piadoso como despiadado. ¿Qué se yo si me lleva a jugar o a la perrera? De cualquier manera dependo de él y ahora, ahora mismo que me duele el cuello, evidentemente me va a impedir seguir escribiendo, y me dejará solo, con mis tribulaciones, con mis pensamientos no muy alegres de esta mañana nublada y húmeda.
Dice Manuel Vincent * que “Dios creó el tiempo, pero a nosotros nos dejó que hiciéramos las horas. El tiempo es lo que hacemos”. Si es cierto lo que opina Vincent, a mí ya se me acabó el tiempo, porque no hago nada, ni horas, ni minutos, ni segundos. Estoy –a la manera de Sartre – pero no soy –a la manera de Heidegger- por lo que al igual que el perro, permanezco sentado a los pies de mi amo, con mis sentidos atentos, por si en algún momento hace alguna señal para hacerme jugar.

MAV. 2-5-06 – 14-5-07.

*Manuel Vincent, escritor y periodista español al 31-12-2000.

Introducción a la muerte jocosa


- Que la muerte es una cosa deseada, no se discute. Pocos son los que nunca desearon la muerte; algunos para el enemigo, otros por piedad y algunos para sí mismos. La muerte siempre anduvo y anda rondando la mente de los hombres y de la mente se pasa a la acción, al ejercicio práctico y a veces hasta entusiasta de los pueblos, de las naciones o simplemente de los vecinos o deseosos por cualquier motivo de eliminar a alguien. De esta manera la muerte no es algo ajeno al hombre mientras vive. O sea que la muerte está en la vida, como está el sol y la luna y las galaxias que no vemos. Pero no sé a quién se le ocurrió llamar a esto “vida” y a lo que supuestamente viene después “muerte”, viene después es una forma de decir porque algunos supuestos muertos están más vivos que otros supuestos vivos que realmente están muertos. Si la muerte está en la vida, como dijimos, no cabe duda que es parte de la vida, y consecuentemente no tiene ningún sentido formularse dos etapas en el ser o el estar. Podemos imaginar mil situaciones, estadios y nombres. Algunos dicen por ejemplo: Que hay otra vida después de esta, o que hay transmutaciones; vida modificada, vida distinta, hasta una linda y saludable vida mejor y más alegre. Pero vida al fin. Claro que el hombre y muy especialmente el hombre, cuando cesa en su actividad corporal es horrible, se pudre, mal oliente y desaparece. Y es alli cuando la muerte se convierte en cosa fea, extraña, sórdida y malquerida. Pero eso no tiene importancia, es un momento horrendo de la vida como muchos otros que pasamos y estimamos como repudiables o aceptables e inclusive queridos y admirados. Sin ir más lejos el nacimiento. El nacimiento es cruento, craso, pingüe, tenso, doloroso, horrible. Y sin embargo todos lo celebran contentos y lo exhiben y lo promueven y promueven su vista y enseguida chillan: Nació, es varón, es nena, es machón, (es homosexual, es carente de genitales, es ciego, sordo, mudo, inútil, es casi mejor que no hubiera nacido; pero esto es harina de otro costal) es el niño, el gran niño esperado. Vida. Muerte. Es igual. Es lo mismo, nombrado con distintos vocablos, o en realidad no es más que vida con un acontecimiento muy importante que irremediablemente tenemos que pasar y que tristes o alegres todos esperamos. Eso sí, todos esperamos que ocurra pero lejos, cuanto más tarde mejor (salvo algunos suicidas que tal vez descubrieron algo interesante y resuelven pasarlo ya nomás y por su cuenta). Este repudio a la muerte nos viene de nuestros ancestros. Y en especial de aquellos que hicieron de la muerte su vocatio, como Shakespeare, Dante, Sófocles y millones más. Hoy bastaría con hacer una estadística de los guiones de películas para cine y televisión. Lo que pasa que siempre a la muerte la pintaron fea, negra, oscura, triste. Shakespeare dice: “Quién podría resignarse a llevar gimiendo la tan pesada carga de una vida de sufrimientos y dolores, si no hubiera el temor de algo peor después de la muerte… ese ignoto mundo del más allá, del cual no hay viajero que vuelva? (Hamlet). ¿Por qué ¿ digo yo, por qué se le ocurrió que tiene que haber algo peor y que los que se mueren tendrían que volver? Y le hace decir a la sombra del padre de Hamlet:”Yo soy el alma de tu padre y por cierto tiempo estoy condenada a andar errante de noche y a un ayuno perpetuo en una cárcel de fuego…”Y Otelo también dice lo suyo: “Oh, no… no me arrojes a esta oscuridad siniestra en la que solo los monstruos pueden vivir y crecer! Y repite y se solaza Shaquespeare con expresiones similares tratando siempre a la muerte de obscura, triste, dolorosa y nocturna. Pero a poco que se analice uno comprueba que Shaquespeare amaba con locura a la muerte. Lo mejor de su obra son sus tragedias y en ellas impera siempre la muerte: En Hamlet no dejó ninguno vivo. En Romeo y Julieta, muere Julieta, luego muere Romeo y después –de gustoso que es de la muerte- vuelve a morir Julieta. En Otelo mueren todos sin remedio; los que quedan miran casi contentos ¡Qué final!
Creo, sin entrar en detalles, que Dante fue más objetivo. Yo diría que Dante se limitó a contar lo que vio. Con un la subjetividad natural del escritor; al modo de un cronista actual. Pero Shaquespeare indudablemente estaba subyugado con la muerte y le cantó hasta morir.
La cuestión es que si analizamos obras, escritos, memorias e historias, comprobamos que a la muerte se la describió siempre negra, triste, amarga y lo negro, triste y amargo no le gusta a nadie, por eso la gente no quiere morir y anda por allí tomando remedios y sometiendose a toda clase de operaciones para darle y darle con la vida, por más que sufra amarguras y estreses. Tanto buscar y buscar de pronto se encontraron con que aquellos que estuvieron un rato muertos y volvieron a la vida o a la conciencia contaban que durante su diminuto estado mortal, habían visto una gran luz blanca, que los atraía, o un túnel al final del cual había una luz blanca y por allí alguno vio que lo esperaban con los brazos abiertos la madre, el padre, abuelos, tíos y otros parientes y allegados muertos pero contentos. La verdad es que no encontraron nada de malo, sino que, por el contrario, lo poco que vieron venía lindo pero volvieron y se quedaron por las dudas, no vaya a ser que no haya paz de la noche eterna como insinua Shaquespeare cuando lo hace hablar a Horacio a la muerte de Hamlet.
Lo cierto es que blanca o negra , la intriga persiste y nadie quiere morir. Algunos dicen “de la muerte no se vuelve, uno no puede arrepentirse”. Y eso es cierto, pero tampoco puede uno arrepentirse de la vida. Uno aparece y de pronto es o está y empieza de a poco a ver a mamá, a papá, a la selva africana o al cemento armado norteamericano y cuando quiere analizar la cuestión ya han pasado años. Si se arrepiente puede matarse.¿Quién dice que si uno se arrepiente de la muerte no puede “avivarse” o “revivirse”? Todo es cuestión de palabras: vida-muerte, morirse-revivirse, muerto-vivo. En el nombre que hemos dado a las cosas está la dificultad porque en el nombre de la cosa está la cosa. Como dice Borges en su poesía: “Si como afirma el Griego en el Cratilo, el nombre es arquetipo de la cosa, en la palabra rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra Nilo”. Admirable! Si al Nilo le hubiesen puesto Rosa y a la rosa Nilo, hoy andaríamos aspirando perfume a Nilo y viajando a admirar la Rosa. Lo mismo pasa con la vida y la muerte; si los nombres estuvieran invertidos yo hoy estaría alegremente muerto, pensando con tristeza que mañana me puedo vivir. Por algo Dios es el Verbo, la Palabra. Obsérvese que si invertimos los términos al que odiamos le desearíamos la vida y al que amamos mucho le deseariamos que muera por muchos años. Pero si como dijimos, la muerte está en la vida y pertenece a la vida lo malo está
en haber creado una palabra para designar algo que suponemos que existe pero no sabemos realmente más que lo que la vida nos muestra: un cadáver; la descomposición delcuerpo. En consecuencia, la solución está en el verbo en utilizar un solo nombre para la vidamuerte, una palabra que comprenda la realidad que aprendimos, por ejemplo viduerte:Yo viduerto, Tu viduertes, El viduerte Nosotros viduerteamos. Ustedes viduerten. Ellos viduerten. He aquí el verbo. Alegre, feliz, completo. Sin angustias, sin deseos contradictorios, sin expectativas tristes. Más aún: pacífico, inconmovible, igualitario. Se acabaron las guerras. ¡Qué sencillo! Cambiando la palabra, el verbo, acabamos con la guerra, con las revoluciones, con las suposiciones de negritud o blancura. Nadie muere y nadie vive. Todos viduerten. Se solucionan los opuestos.
La intriga “Ser o no ser” que expresa otra vez Shaquespeare, en realidad debió decir “Estar o no estar” o “Estar vivo o estar muerto”, porque el mismo Shaquespeare en realidad es. Y, en cierto modo, también está. Hay otros que no estan para nada y eso es lo triste. (Yo desearía estar aunque sea un poquito, no tanto como Shaquespeare o Dante o Napoleón, pero estar un poco).
La verdad es que no creo que mi propuesta ande porque quedan los cadáveres y las empresas funerarias y los escritores negros y los artistas blancos que seguramente se opondrán porque pierden suerte y dinero. Y además están los amantes de la intriga, de las incógnitas y del no saber. Sin embargo y justamente el problema es siempre el mismo: No saber. No sabemos si sentimos, pensamos, vemos y razonamos después de muertos y eso nos da miedo. Lo cierto es que la muerte existe y todos nos morimos . También concluímos que con nuestra sutil filosofía contradictoria, amamos la muerte pero la odiamos; pensamos en la muerte pero no queremos ni verla y eso es contradictorio, incongruente y como tal, inquietante y estresante.
Lo bueno es aceptar la muerte con naturalidad y tranquilidad, pero para eso, como para todas las cosas, no hay nada como el saber. Antes en las guerras, se avisaba al enemigo para que éste supiera. Iba un correo con una nota o aviso oral e informaba con toda corrección y respeto que el ejército “A” iba a atacar al día siguiente, lo que equivalía a avisarles que al día siguiente, al despuntar el sol, iban a matarlos. Y el receptor aceptaba y respondía generalmente que estaban de acuerdo, en el sentido que ellos también irían a matarlos: Y entonces sabían y se preparaban y todo era honorable, correcto, heróico y natural, con esa naturalidad que da el saber. Y morían contentos, llenos de gloria.
Pero ahora la gente cambió. Matan solapadamente o empiezan a tirar bombas tierra-tierra o aire-tierra o agua-tierra o lo que fuere y centenares o miles de infelices mueren sin saber por qué y en los casos individuales, matan y enseguida se esconden de una manera artera y cobarde. Y ahora hay tanta gente, construcciones, vehículos, celulares e internetes que ¿Quién los va a encontrar? Un balazo en la cabeza con una pistola 9mm. –que es de uso común- y nunca jamás se descubre al autor, si se lo quiere descubrir porque a veces todo está establecido y ya está, sin contar con los que se inmolan y entran a un shopping cargados de explosivos, aprietan un botón y mueren gloriosamente,llenos de satisfacción junto con los centenares o miles de alegres compradores, empleados o visitantes. En definitiva, hoy matar o morir es fácil y casi más natural que si sobreviene un tsunami o una erupción volcánica repentina. Lo que pasa es que la gente que no está en eso anda por alli cazando pajaritos o viendo las ballenas blancas y la muerte le resulta hoy lo más atractivo de la vida; quiere saber, discute y asimila muerte más que oxígeno. Por eso se venden tantos diarios y programas de TV con muertos, porque además es necesario conversar y lo único que va quedando extravagante o al menos llamativo es la muerte y sus distintas formas, aunque, con el tiempo, la asiduidad, la globalización y con ella justamente la velocidad de los medios de comunicación, la muerte se hace cada vez más común y vulgar al punto que en poco tiempo más sacar como tema de conversación la muerte así nomás va a resultar prosaico. Pero está bien y es lo más acertado que nos puede ocurrir porque como ya nos cansamos de decir, la muerte forma parte de nuestra naturaleza y de nuestra vida y, por ende, tan natural como comer. Lo más acertado sería enseñar a morir o comprender la muerte desde niños. ¡Ojo, no a matar! Sino a comprender que no hay más remedio y que la muerte es una vulgaridad más de todas las vulgaridades que contamos en nuestro vivir. Entonces, además de las enseñanzas de los padres, en las escuelas habría que establecer una materia diaria donde se enseñe la muerte, como se enseña la historia.¿ O acaso la historia no es más o menos un renovar la vida pasada por la muerte?
La verdad es que contra la muerte, La muerte del alma sobre todo, aunque parezca irremediable, no hay como el agua fresca. Todo lo que sea bebidas preparadas, en especial las que llaman remedios, son perjudiciales para la salud y son el camino vital que conduce a la muerte; no obstante, como la muerte está en la vida y nosotros la queremos, tomamos esos remedios para sentirnos vivos y morir mejor, porque nadie puede negar que lo que en el fondo se pretende es ver y comprender la muerte.
Cuanto más se ama la vida, más se ama la muerte pero vamos por partes. Y en la primera parte hacemos todo lo que vemos y si podemos, algo más. Por eso el hombre estudia, trabaja, sufre, prueba, se golpea, cae, se levanta, sigue, camina corre, para, mira, observa, piensa, examina, discurre, lee, intuye, viaja, compara, construye, reza, se arrodilla, llora, ríe, se fanatiza, se conmueve, baja, se arrastra, se ensucia, se droga, se limpia, se cuida, hace dieta, destrezas, examina otra vez lo ya vivido, observa y nada. Nada de nada, simplemente comprueba que a medida que vive y se desespera por llegar a algo, se gasta, se consume inútilmente, y entonces empieza a mirar la muerte como una posibilidad y luego como la única posibilidad de comprenderlo todo. Si millones de libros se han escrito, si millones de personas han estado examinando y estudiando día a día, y dejaron tomos y piedras, monumentos y toda clase de rastros y mensajes que hicieron historias y la historia sin llegar a una conclusión definitiva del por qué. Y murieron aparentemente sin saber con este cuerpo qué pasa después y si hay después, entonces el hombre empieza a pensar que justamente alli verá el Aleph, el quid, el meollo, la razón y la vida. No la muerte, sino justamente la vida porque la muerte forma parte de la vida. Quedan cosas hermosas y terribles, destrucciones y construcciones de fuste, fantasías, metáforas e ideas, ideas gloriosas que se pierden, fundamentales que se frustran, sagradas que se envilecen y razonamientos que se contraponen y se truncan con la razón en el juego que ésta juega con el hombre hasta cansarlo, gastarlo y hacerlo desaparecer de los sentidos. Los que quedan insisten y confieren enorme confianza a sucesos e ideas que pasaron o que se expresan en este momento, y una de ellas es la de que después que desaparezcamos físicamente, quede un alma que lo sepa todo y que ese saber del alma después de perder el cuerpo constituirá la plenitud, la plenitud de la vida. no de la muerte, no, de la muerte ni nos acordamos porque la muerte no existe solo es un cuento, solo es un supuesto El fin no existe. Nada tiene fin. No hay final ni tampoco principio, todo es una continuidad infinita, muy variable y entretenida. Hay tal variedad de elementos en esta eternidad que es fácil adoptar un juego para entretenernos. No es que estemos esperando que pase y por alli nos enganchemos o subamos como a una calesita, estamos siempre en la calesita dando vueltas y vueltas y jugando. Pero nosotros creamos el juego. En realidad, cuando salimos del vientre, todos ensangrentados, manchados y llorando ¿no moriremos? ¿Quién dijo que allí nacemos? Pero no importa cuáles son las reglas del juego, quién las puso, ni por qué nos avenimos a este ritmo y lo llamamos vida. Vida angustiosa; valle de lágrimas; paso triste y morboso. ¿Y si lo llamamos muerte? ¿Muerte piadosa, alegre, sonriente? ¿Valle de risa? ¿Muerte jocosa?
Todo vale en este juego eterno. Damos vueltas y vueltas sobre un mismo eje, sin parar jamás, sin saber por qué. Basta mirar el cielo, observar el firmamento, la eternidad del hueco-lleno, para advertir que allí estamos inmersos y que pese a lo diminutos que somos por alguna razón se nos dio el privilegio de pensar, soñar, jugar.
El juego es bueno. No está mal pensar así y jugar a vivir y morir y dar la vuelta. Otra cosa puede seguir, tal vez tresear, bruscandear, Grullierar, gorsopiar o lo que fuere. El juego sigue y sigue sin parar, como el universo, como el infinito, todo redondo, todo hueco, todo lleno, todo malo, todo bueno. Por eso morir no es nada y si vivir tampoco es nada, al menos juguemos, nunca lloremos.
Vamos viviendo, vamos muriendo,
todo es un juego del pensamiento.
Adiós.

MAV. 1-6-07.
Ilustración: La Bolsa de Basura, Miguel A. Vergara