jueves, 7 de junio de 2007

Dependencia

El perro me mira con sus ojos claros; sus nervios y músculos están tensos, sus orejas paradas. Es cachorro y tiene ganas de jugar. A la menor insinuación
Saltará y correrá alegremente. ¡Pobre perro! Depende de mí y yo no tengo ganas, estoy cansado, sin interés por nada, negativo. Necesitaría un perro viejo que me entienda o al menos, esté igual que yo, sin ganas de nada, impávido y absorto como un camello, una especie de perro camello de la pampa húmeda. Debe haber un animal así, que no dé miedo.
De cualquier manera el perro, viejo o cachorro, depende de mí. Si no tengo ganas no juega. Si me levanté con ánimo jugará conmigo o le abriré la puerta para que vaya afuera a jugar con otros perros.
Al fin me parece que nosotros, los humanos, somos como esos perros; dependemos de alguien que nos haga jugar. Un día miramos la mañana y vemos un hermoso cielo azul. Salimos, charlamos con ocasionales amigos o conocidos, leemos el diario, vamos a ver el río, a jugar a lo que podamos y si trabajamos, cumplimos nuestra tarea para alentar nuestros estómagos. Pero hay días que al terminar, descubrimos que lo que realmente queríamos hacer, no lo hicimos; que el tiempo pasa, se va y nos vamos con él. Entonces nos vamos a dormir con un sentimiento de frustración, de haber transitado, sin retroceso, un estúpido camino hacia la nada; cansado, dolorido, inservible, arrastrándose como un batracio. Y allí afuera está el mundo, la luz, la interacción, la vivencia como decía García Morente (una hora de estar en París, de vivirlo, de sentirlo, vale por un año de pensarlo, de leerlo, de soñarlo). Allí está, como está también la guerra, el hambre, la enfermedad, la destrucción y la muerte. La luz y la sombra.
Y el ser que me tiene que llevar a jugar es también como yo con el perro; por allí no tiene ganas o anda de mal humor y no me lleva. No sé, no lo conozco bien, tanto podría ser piadoso como despiadado. ¿Qué se yo si me lleva a jugar o a la perrera? De cualquier manera dependo de él y ahora, ahora mismo que me duele el cuello, evidentemente me va a impedir seguir escribiendo, y me dejará solo, con mis tribulaciones, con mis pensamientos no muy alegres de esta mañana nublada y húmeda.
Dice Manuel Vincent * que “Dios creó el tiempo, pero a nosotros nos dejó que hiciéramos las horas. El tiempo es lo que hacemos”. Si es cierto lo que opina Vincent, a mí ya se me acabó el tiempo, porque no hago nada, ni horas, ni minutos, ni segundos. Estoy –a la manera de Sartre – pero no soy –a la manera de Heidegger- por lo que al igual que el perro, permanezco sentado a los pies de mi amo, con mis sentidos atentos, por si en algún momento hace alguna señal para hacerme jugar.

MAV. 2-5-06 – 14-5-07.

*Manuel Vincent, escritor y periodista español al 31-12-2000.

No hay comentarios.: