sábado, 25 de agosto de 2007

Atajo

Mi verdugo pintó otra vez su trampa,
con su astuto mohín ensimismado.
(Se fue a dar una vuelta en el estrecho:
también tomó descanso).

Pero ya no me engaña, lo conozco
como la misma palma de mi mano,
y sé que la llanura no es tan grande,
aunque siga descalzo.

Ese sendero que marcó derecho,
que cruza la pradera liso y llano,
es un puro espejismo; serpentea
escabroso, erizado.

Por eso he de cruzar por aquel bosque
que aparenta ser lóbrego y cerrado,
porque allí sé que mi verdugo oculta
un floreciente atajo.

MAV. 1970/ 1980.

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