sábado, 3 de agosto de 2013

350 caballos

350 CABALLOS

El dueño mismo se ocupó del perro,
entonces fuimos todos al entierro,
en la cancha.
A mí no me importó siquiera un punto,
aunque infringiera la ley de los difuntos,
que dice: “Nunca un muerto volverá del cementerio”
(Ver: “Ley de los difuntos”, T. XXXVII, pág. 13, art. 13).
Yo estaba en otro lado, con el concesionario,
a la luz de Sarmiento y Vélez Sarsfield,
con tinta, papel y pluma de ganso,
mientras mi novia filmaba el sentimiento
del público asesino que vivaba aquel diestro
jugador de pelota, y olvidaban al perro
que se largó a la tumba a acompañar al muerto.
¿Pero saben cual fue el mayor desmadre?
Que yo quería , feroz, comprar un Jaguar,
de 350 caballos, y a nadie le importaba.
A nadie le importaban el Jaguar y los caballos!
Todos querían el perro.
Y nadie se ocupaba de mí y mis animales…
Cómo si no valieran nada…
¿Qué iba a hacer?
Crispado, me recosté en la lancha;
y jugando, jugando, al fin la puse en marcha
y me estrellé de lleno, entre hierros y fuego
en la tumba del jugador y el perro.
      ¡Lógico. Dijo el médico! Hay que enterrarlo vivo,
si no, casi seguro, se hará pis en la cama.
       ¿Y el Jaguar?
Con el concesionario, se lo llevó su amada.


      MAV.Miguel Angel Vergara, 3-8-2013.

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