350
CABALLOS
El
dueño mismo se ocupó del perro,
entonces
fuimos todos al entierro,
en la
cancha.
A mí no
me importó siquiera un punto,
aunque
infringiera la ley de los difuntos,
que
dice: “Nunca un muerto volverá del cementerio”
(Ver:
“Ley de los difuntos”, T. XXXVII, pág. 13, art. 13).
Yo
estaba en otro lado, con el concesionario,
a la
luz de Sarmiento y Vélez Sarsfield,
con
tinta, papel y pluma de ganso,
mientras
mi novia filmaba el sentimiento
del
público asesino que vivaba aquel diestro
jugador
de pelota, y olvidaban al perro
que se
largó a la tumba a acompañar al muerto.
¿Pero
saben cual fue el mayor desmadre?
Que yo
quería , feroz, comprar un Jaguar,
de 350
caballos, y a nadie le importaba.
A nadie
le importaban el Jaguar y los caballos!
Todos
querían el perro.
Y nadie
se ocupaba de mí y mis animales…
Cómo si
no valieran nada…
¿Qué
iba a hacer?
Crispado,
me recosté en la lancha;
y
jugando, jugando, al fin la puse en marcha
y me
estrellé de lleno, entre hierros y fuego
en la
tumba del jugador y el perro.
¡Lógico. Dijo el médico! Hay que
enterrarlo vivo,
si no,
casi seguro, se hará pis en la cama.
¿Y el Jaguar?
Con el
concesionario, se lo llevó su amada.
MAV.Miguel Angel Vergara, 3-8-2013.
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